La devoción al Sagrado Corazón como camino de conversión en la fe «Para quien ha perdido el corazón»
Con ocasión de la fiesta del Sagrado Corazón el Padre César Pérez L.C, quien actualmente trabaja con la pastoral juvenil en Bogotá, escribió este artículo para adentrarnos a la devoción de este corazón que se prende en fuego por amor a los hombres.
7 de junio de 2024, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús
Fue el 27 de diciembre de 1673 cuando S.Margarita María recibió la primera revelación del Sagrado Corazón de Jesús. En la fiesta del discípulo amado, el primer creyente con el alma polarizada al Corazón de Dios, S. Margarita María presencia a Cristo diciéndole con palabras de enamorado la experiencia de tener un corazón tan lleno de amor por ella que necesita compartírselo. En seguida sucede un milagroso intercambio que tuvo lugar por poco espacio de tiempo so pena de llevar a la muerte a S. Margarita. “Me pide mi corazón y lo introduce en el suyo, en el que me lo hizo ver cómo se consumía en una ardiente hoguera”. Desde entonces se convierte el corazón de S.Margarita, por contacto con el Sagrado Corazón, en una llama ardiente que le dejará incluso manifestaciones externas como un dolor en su costado, sentirse embriagada en el espíritu y un gran calor interior físico.
Pocas devociones tienen esta fuerte carga de piedad como la del Sagrado Corazón de Jesús en la cual Dios mismo es el centro, y un Dios tan ardientemente apasionado; y es esta carga afectiva la que hace de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús un camino excelso de conversión. Las doce promesas dadas a S.Margarita María son muestra de ello. En todas ellas se evidencia la capacidad creadora de los santos que esta devoción trae consigo. Pero ¿a qué se debe esto? ¿A qué se debe este ascensor de la santidad y el fervor? ¿Cómo puede explicarse esta devoción como un camino privilegiado de profunda conversión?
Corazón endurecido
Para responder a ello, vayamos de inmediato a lo que la Sagrada Escritura entiende por un corazón endurecido. Cuando en ella se refieren a los hombres lentos y tardos para creer (Ex. 10, 20-29; Prov. 29, 11; Lc. 24,13-15), denota esta incapacidad del “órgano de la fe” para reaccionar ante su Salvador. Bien es sabido que las ciencias nos dicen que el primer órgano que el ser humano desarrolla es el corazón, y que a él se han referido los siglos alegóricamente como sede de la intimidad, la propia historia, los sentimientos y pasiones más profundas. Tener el corazón endurecido demuestra una cierta incapacidad de amar, de corresponder al amor.
Existen múltiples motivos de este endurecimiento: sea una persona demasiada centrada en sí misma, donde los criterios de acción y de valoración no van más allá de la misma persona quien se considera juez y árbitro de todo su valor; sea también una persona que ha vivido un dolor o fracaso tan grande en el campo de su libertad que prefiere endurecerla por aparente protección a los potenciales peligros o fallos que teme; sea una persona con una profunda inseguridad personal cuya fe es un ídolo escondido pero nunca una relación real; sea un arrutinado del alma acostumbrado al beneficio inmediato sin capacidad alguna de pasar por el crisol de la frustración; sea simplemente alguien que no logra experimentar el amor.
Ablandar el corazón al contacto con el Sagrado Corazón: preparación
Y he aquí que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús puede mostrar toda su potencia, tal como en el Evangelio, el Corazón de Dios abrasado de amor se va al contacto del corazón endurecido del hombre. No hay quizá mejor modo para mostrar a alguien lo valioso que es realmente, recordar que tiene un lugar real en el Corazón de Cristo.
¿Quién?
No hay un corazón si no hay una persona detrás. La devoción del Sagrado Corazón de Jesús presenta a Dios como fuente y origen real de toda la fe. No son normas, ni rutinas ni hábitos desligados al ámbito de la relación interpersonal. Es una relación con Dios con todo lo que la palabra relación implica: un impacto en ambos, un deseo en ambos, algo que va más allá de mí mismo. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva (Benedicto XVI)”. La dureza del corazón se da siempre en el plan de proyectar sobre Dios algo que Dios no es; o acartonar la fe en el ámbito de una ideología conceptual. Encontrar a una Persona detrás de todo marca la diferencia. Los primeros padres son especialistas en ver el mundo con los ojos de unos enamorados y ven en pequeños detalles como el salir del sol como si la creación anuncia con ello la resurrección de Cristo y nos recuerda la esperanza en su pronto regreso. Sólo quien está enamorado logra entender qué es realmente creer.
Recuerdo a los inicios de mi conversión aquella vez que estaba a las afueras de una Iglesia, en plena Misa, y tuve la visita inesperada de un mendigo. Quería algo para comer. Mi respuesta fue burda y grosera: “mejor póngase a trabajar”. Y al pasar algunos minutos, y entrar al concluir la Misa en la Iglesia– tal cual entrar después de concluir porque en aquel entonces todo en mi vida parecía estar “patas arriba” – me encontré con una imagen del Sagrado Corazón con la misma postura del mendigo. Y por primera vez entendí que aquél que me había extrañado en la Misa y aquél que me estaba buscando era efectivamente una Persona concreta, con una mano vacía extendida hacia mí.
En los fracasos y frustraciones que se van experimentando sea en la Iglesia como en las comunidades eclesiales es importante recordar a quién se ha seguido y ante quién uno ha querido asumir compromisos de amor: es Cristo. Las mediaciones e instituciones siempre serán insuficientes para contener la belleza y grandeza de Dios. Son criaturas, mediaciones; no puede ser el fin y la totalidad. Antes bien, sus limitaciones nos llevan a buscar y alzar la mirada hacia el Creador. Quizá cuando se dice coloquialmente que “Dios está arriba” también se quiere hacer referencia a esto, que Dios está en la elevación de nuestros ojos interiores; para verlo tenemos también que volver a levantar nuestras facultades y criterios.
¿Para qué?
Esa persona concreta trae consigo una petición o un regalo: una intención. Se revela para mostrarnos una gran verdad: que su Corazón no está completo sin nosotros. Suúnica intención es nosotros mismos, no algo de nosotros, ni un tiempo de nosotros, ni un bien de nosotros… nosotros mismos, tal como somos: sin máscaras ni cosas adicionales. Quizá una de las realidades más poderosas en la relación con Dios es ver que tantas cosas que pensamos que Dios nos está pidiendo son realmente secundarias a el don de nosotros mismos. Al don de nuestro humilde y sencillo amor, con sus muestras particulares. Y es que Dios ha hecho con tanta creatividad cada corazón que cada uno debe amar con todas sus fuerzas, no con la fuerza del otro, sino con aquellas fuerzas depositadas en mi corazón. Así el mundo se hace un escenario bellísimo de regalos únicos e irrepetibles de las almas a Dios; y en la suma de todos ellos y más todavía de lo que se pueda imaginar, no se llegará jamás a contemplar la grandeza y belleza del amor divino.
Es ahí cuando alcanzamos la plenitud de nuestro ser pues me gusta mucho repetir que nosotros, hechos a imagen de Dios que es una libertad que se entrega, sólo cuando somos verdaderamente libres y desinteresados en nuestra entrega asumimos en nuestro corazón la forma del corazón de Dios que es pura donación. Por ello, el Sagrado Corazón se presenta con un Corazón en una mano que pide otro corazón: no hay otro modo de responder al Corazón de Jesús que depositando en su mano vacía nuestro pobre corazón pecador.
En ocasiones uno podría sentir que mi aportación en la Iglesia no es necesaria o ha terminado, que ya no me convocan, que ya no me buscan. Es bueno recordar el origen de la palabra Iglesia, “los llamados”, no como institución sino como personas que han escuchado la voz de Dios. No hay creyente que no sea también, en este sentido, Iglesia. Y no hay un espacio vacío en ninguna realidad eclesial que no esté, al mismo momento que está vacío, esperando. El “al menos tú ámame” nos habla de eso: un Dios que nos interpela pues está buscándome, a mí, no a masas; como si el ganarme a mí fuera su verdadera victoria más que la de conquistar el mundo entero.
La famosa película “Salvando al soldado Ryan (1999)”, ya cada vez más en la categoría de los clásicos, demuestra cómo un hombre puede al final de su vida ver toda la historia a luz de su propia salvación. En ella, Ryan ya anciano frente a la tumba de los que han muerto en la Segunda Guerra Mundial hace un recuento desde su punto de vista de cómo todo el sentido de esta guerra era encontrarlo a él. Después de 120 minutos de película todo vuelve a ese mismo lugar donde él comenzó la reflexión para concluir con una petición que hace a su esposa: “dime, por favor, que he vivido una vida digna a todo esto que he recibido”. Este es el sentido de vivir un para qué que tiene como respuesta a mí mismo, no en boca de hombres sino en boca de Dios. La sed infinita que todos experimentamos de sentirnos amados es reflejo del infinito contenido del Corazón de Jesús que nos ve a cada uno como un todo.
¿De qué manera?
Por último, hay un modo particular de la espiritualidad del Corazón de Jesús que es diverso a otros caminos. El lenguaje del Sagrado Corazón son unos sentimientos a flor de piel, una herida, una cruz pequeña sobre el Corazón. Es la vulnerabilidad de Dios que busca nuestra acogida. Hace un año tuve la oportunidad de celebrar la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús en mi casa y recuerdo que se me acercó al final de la Misa un niño a decirme: “Padre, una pregunta, ¿por qué Cristo tiene el Corazón afuera de sí si todos los demás lo tenemos dentro?” Qué belleza la intuición sencilla y poderosa de los niños. Efectivamente, el Corazón de Jesús está a piel viva, dispuesto a quedarse al frío y al suelo si nadie lo recibe.
Por tanto, este quién, este por qué y esta manera propia del Sagrado Corazón de Jesús viene en respuesta de la dureza de nuestro corazón asumiendo lo que pareciera propio de la criatura y no de Dios; haciéndose mendigo en vez de acreedor; haciéndose pequeño, como en la Encarnación, para venir tras nuestro amor. Una de las experiencias más fuertes de las personas que están fuera de la Iglesia es sentirse ante el crucifijo o ante los cristianos un fuerte juicio sobre sí. Pero no hay palabras de juicio en las revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús. Cristo aparece aquí armado con aquel elemento que no puede hacer daño a nadie: la ternura. Su Corazón está lleno de compasión, de esa capacidad de poder llevar consigo el dolor de todos, que es el origen real de la palabra compasión, sufrir- con-alguien. Asumir el dolor de otro y llevarlo en sus hombros y de qué manera. Sus heridas no están para juzgarnos ni pedirnos cuentas, sino para decirnos una vez más todo lo que Dios está dispuesto a asumir para llevarnos desde el corazón de vuelta a casa. Las heridas son propias de las personas que aman, y se asumen como un canal abierto del interior hacia el exterior, no para que lo aplaudan por ellas, sino para que efectivamente entren por medio de ellas al Corazón que los espera.
Mucho se ha escrito recientemente sobre la segunda conversión, con todas las diversas facetas que la espiritualidad cristiana la presenta: vía unitiva después de la iluminativa, luz tras la noche oscura, entre otros. La nota característica es el paso de una relación más externa a un vínculo interno e íntimo. Las facultades quedan empapadas del amor: la fe, aunque oscura cree, la inteligencia se deja iluminar por la intuición de una Persona Vida, la voluntad se mueve a la motivación del amor y ya no del deber, los sentimientos asumen la dimensión de la piedad y la oblación a Dios, y las pasiones se afianzan en la defensa de Dios y de los intereses de Dios sobre el resto. Esto se concretiza también por un modo especial en asumir el sufrimiento como una escuela de amor, no buscado sino aceptado y sublimado en la capacidad de ofrecer y consagrar los propios dolores – grandes o pequeños – como puentes al Corazón de Dios. De esta manera el corazón se hace ofrenda con Cristo ofrenda, y en toda circunstancia sólo se busca amar y donarse como Aquel que es Amante y puro Don de sí; pero no por la propia perfección sino por aquella unión única que se hace entre dos que están dispuestos a encontrarse en el más puro. En este sentido, siempre me ha maravillado la antigua tradición de colocar las reliquias de los mártires en el interior de los altares: como si en un mismo altar, ambos que se aman, ofrecen su sangre el uno por el otro; sin ver el sacrificio que se ha hecho, sino haber podido dejarse invadir por el amor que sentían y dejarlo expandir hasta el extremo.
Es este el Reinado del Corazón de Jesús en el interior de las almas, este amar más allá de toda contrariedad, del desprendimiento de sí; en aprovecharse de todo cuando rodea para amar más y mejor; y por tanto, de amar con la mayor libertad posible. Pues sólo el amor total y libre es verdaderamente amor. Así podemos concluir que el camino del Sagrado Corazón de Jesús es privilegiado en cuanto es proporcionalmente desprendido de lo superfluo, como la Eucaristía, y así expuesto y visible, invita a quien está cerrado o armado, a desarmarse y exponerse. Hacerse también vulnerable sobre la custodia de la vida.
CÉSAR PÉREZ LUZARDO, L.C.