Domingo 8 de mayo de 2022 – Dios y yo
Cuarto Domingo de Pascua
Pablo Alfonso Méndez Méndez, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Que en este tiempo de la Pascua pueda yo, Señor, continuar amándote con mi pequeña entrega de amor. Especialmente ahora, que me dispongo para hablar contigo, concédeme la gracia de no desear nada más que encontrarte a ti… Tan solo eso me basta.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 10, 27-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y él es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Aunque cortos y veloces, estos fragmentos evangélicos llevan consigo tal densidad de lo que es nuestra fe cristiana, que jamás comentario o interpretación alguna logrará cubrir su infinita profundidad, porque es una cuestión entre Dios y yo…
Tan solo miremos dentro de nosotros mismos y contemplemos: Cristo es el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas… ya es decir mucho que un hombre pueda dar la vida por un simple animal, pues demuestra un amor enorme. Si de este modo nos ama Jesús, que es Dios y hombre, ¿por qué no pensar más seguido en el amor con el que nos ama el Padre?… «Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre».
¿Puede alguien conocer exactamente cómo es en realidad la relación que yo tengo con Dios? ¿Sería acaso capaz de describir cuánto me ama a MÍ? … Él nos ama a cada uno con entrega especial, y yo también puedo amarle de modo especial, de una forma totalmente diferente respecto a nuestro afecto hacia las personas, por más cercanas que éstas sean.
La resurrección de Jesucristo será siempre el vivo recuerdo del amor de Dios por nosotros, el recuerdo perenne de que Él venció a la muerte, destino que tendríamos si el pecado continuase encadenado a nosotros… con Cristo, nuestras únicas cadenas son las del amor.
«Jesús sana siendo un pastor que da vida. Dando su vida por nosotros. Jesús le dice a cada uno: “tu vida es tan valiosa para mí, que para salvarla yo doy todo de mí mismo”. Es precisamente esta ofrenda de vida lo que lo hace el buen Pastor por excelencia, el que sana, el que nos permite vivir una vida bella y fructífera. La segunda parte de la misma página evangélica nos dice en qué condiciones Jesús puede sanarnos y puede hacer nuestra vida bella y fecunda: “Yo soy el buen pastor, —dice Jesús— conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco al Padre”. Jesús no habla de un conocimiento intelectual, sino de una relación personal, de predilección, de ternura mutua, un reflejo de la misma relación íntima de amor entre Él y el Padre. Esta es la actitud a través de la cual se realiza una relación viva y personal con Jesús: dejándonos conocer por Él. No cerrándonos en nosotros mismos, abrirse al Señor, para que Él me conozca. Él está atento a cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón profundamente: conoce nuestras fortalezas y nuestras debilidades, los proyectos que hemos logrado y las esperanzas que fueron decepcionadas».
(Homilía de S.S. Francisco, 22 de abril de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Poner especial atención a los signos de amor de Dios en este día.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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