Jueves 9 de diciembre de 2021 – «Jesús ama la honestidad de vida»
Diego López González, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Ayúdame, Señor, a tener un momento acogedor contigo en esta oración. Que pueda concentrarme en tu Palabra y ver qué me quieres decir el día de hoy. Que sepa cómo obrar en consecuencia y seguir edificando mi vida según tu Palabra.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 11, 11-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él. Desde los días de Juan, el Bautista, hasta ahora se hace violencia contra el reino de Dios, y gente violenta quiere arrebatárselo. Los profetas y la Ley han profetizado hasta que vino Juan; él es Elías, el que tenía que venir, con tal que queráis admitirlo. El que tenga oídos que escuche”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
La honestidad de vida es una de las virtudes que Jesús más alaba en el Evangelio. Ser honesto significa mostrarse a los demás tal cual uno es, con sus debilidades y fortalezas, errores y aciertos, fracasos y éxitos. El amor es consecuencia del conocimiento. Solo se puede amar a alguien a quien se conoce. Y las máscaras y apariencias, que tantas veces nos ponemos a causa de complejos o falta de identidad como hijos amados de Dios, no pueden ser amadas por los demás, ni por Dios.
Dios nos ama por lo que realmente somos, sus hijos, no por las máscaras que nos ponemos de “Don perfecto” o “Don todo lo puedo”. Esto es precisamente lo que Jesús ataca tan severamente a los fariseos: presentarse ante los demás y ante Dios no como lo que son, hijos que pueden fallar y equivocarse, hijos que necesitan de Dios, que no se bastan a sí mismo, sino que se presentan como “sepulcros blanqueados”, que usan a Dios para satisfacer al ídolo que han hecho de sí mismos, gritando a todos que son fieles por sus propias fuerzas y méritos con largos ayunos y oraciones sin amor, y, por tanto, sin valor.
Por eso Jesús alaba a Juan el Bautista, porque en él no hay doblez. San Juan sabe quién es y cuál es su misión, y así se presenta a los demás, sin máscaras. Pidamos a Dios hoy la gracia de imitar en esta autenticidad y honestidad de vida a San Juan el Bautista, quitándonos todas esas máscaras que nos impiden ser amados por lo que realmente somos: hijos de Dios, creados a su imagen para amar a todos y dar gloria a Dios.
«Voz, no palabra; luz, pero no propia, Juan parece ser nadie. He aquí desvelada la vocación del Bautista: Rebajarse. Cuando contemplamos la vida de este hombre tan grande, tan poderoso —todos creían que era el Mesías—, cuando contemplamos cómo esta vida se rebaja hasta la oscuridad de una cárcel, contemplamos un misterio enorme. En efecto, nosotros no sabemos cómo fueron sus últimos días. Se sabe sólo que fue asesinado y que su cabeza acabó sobre una bandeja como gran regalo de una bailarina a una adúltera. Creo que no se puede descender más, rebajarse. Sin embargo, sabemos lo que sucedió antes, durante el tiempo que pasó en la cárcel: conocemos las dudas, la angustia que tenía; hasta el punto de llamar a sus discípulos y mandarles a que hicieran la pregunta a la palabra: ¿eres tú o debemos esperar a otro? Porque no se le ahorró ni siquiera la oscuridad, el dolor en su vida: ¿mi vida tiene un sentido o me he equivocado?». (S.S. Francisco, Homilía del 24 de junio del 2013).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dedica un tiempo esta semana a pensar que máscaras tienes en tu vida, con quién las usas, y en un tiempo de oración (de preferencia ante la Eucaristía) pídele a Jesús que te ayude a quitarte esa máscara descubriendo que por el hecho de ser quien eres realmente eres digno de amor.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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