Martes 16 de abril de 2024 – «El amor de Dios nos da auténtica vida»
Rogelio Suárez, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, hoy vengo a ti con mi alma hambrienta y sedienta de algo que sea capaz de saciarme. Busco signos en el exterior que me lleven a una felicidad plena y no los encuentro. Sé Tú el que alimente mi alma, mi corazón con el Amor, pan de la vida y agua que sacia toda mi existencia, para que pueda ser signo vivo de ti.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 6, 30-35
En aquel tiempo, la gente le pregunto a Jesús: “¿Qué signo vas a realizar tú, para que lo veamos y podamos creerte? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo”. Jesús les respondió: “Yo les aseguro: No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo”. Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les contestó: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hoy, el corazón se puede distraer con realidades que pretenden satisfacerlo, alimentarlo. Sin embargo, cada día somos conscientes que muchas de ellas nos dejan insatisfechos, nos prometen la felicidad plena y, por el contrario, nos convierten en esclavos, encerrándonos en un ansia desmedida; realidades que pretenden no terminar pero que son caducas, engañándonos una y otra vez, que nos aprisionan disfrazadas de una máscara de amor “real” que acaba en un momento, que nos utiliza y nos hace perder nuestro valor.
Estas realidades hacen que cada día tengamos un hambre de infinito, de algo más grande. Realidades que no nutren el corazón y lo debilitan hasta producir una anemia espiritual. Los problemas se hacen cada día más grandes y la capacidad de amar se esfuma, al igual que las esperanzas e ilusiones de una vida nueva.
Esta anemia genera grandes insatisfacciones, pero el corazón grita que todo esto no lo satisface absolutamente, pidiendo algo más grande: un Amor sin condiciones, que no se acaba: el Amor que ha tenido Jesucristo por nosotros al entregarse Él mismo para alimentarnos con su Cuerpo y su Sangre. Cada vez que nos alimentamos de Él en la Eucaristía, el corazón se fortalece y crece en una libertad que nada ni nadie en este mundo nos puede dar, erradicando toda insatisfacción que pueda existir, pues no hay nadie que conozca nuestro corazón mejor que Dios, quien lo ha credo.
«La solemnidad de hoy nos recuerda que, en la fragmentación de la vida, el Señor sale a nuestro encuentro con una fragilidad amorosa que es la Eucaristía. En el Pan de vida, el Señor nos visita haciéndose alimento humilde que sana con amor nuestra memoria, enferma de frenesí. Porque la Eucaristía es el memorial del amor de Dios. Ahí “se celebra el memorial de su pasión”, del amor de Dios por nosotros, que es nuestra fuerza, el apoyo para nuestro caminar. Por eso, nos hace tanto bien el memorial eucarístico: no es una memoria abstracta, fría o conceptual, sino la memoria viva y consoladora del amor de Dios».
(Homilía de S.S. Francisco, 18 de junio de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Buscaré un tiempo para estar con Jesús Eucaristía para recordar todo su amor por mí y le pediré perdón por las veces en que he rechazado su amor.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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