Miércoles 6 de noviembre de 2024 – «Confiemos en Jesús»

Rubén Tornero, LC

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, gracias por estar aquí; por regalarme este momento de encuentro contigo. Sabes que quiero creer más en ti. ¡Aumenta, por favor, mi fe! Deseo abandonarme en tus brazos amorosos igual que un niño pequeño en los brazos de su mamá. ¡Aumenta mi confianza en ti! Anhelo ser para ti un lugar de descanso, una morada donde todos puedan encontrarte, ¡aumenta mi amor!

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 14, 25-33

En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo: “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar’. ¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz. Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”.

Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hoy, Jesús, me diriges palabras que, a primera vista, me parecen muy duras y difíciles de entender.

A primera vista me cuesta entender que tiene que ver tu exhortación a no anteponer nada a tu amor (madre, padre, hijos, incluso, a mí mismo) con el hecho de calcular y ser “aparentemente” prudente.

Me parece Jesús que en este Evangelio me invitas a confiar en ti.

En primer lugar me indicas que, para ser tu discípulo, no puedo anteponer ni a nada ni a nadie a tu amor, ya que quieres que confíe en que Tú puedes saciar todos mis deseos; deseas que espere en ti y sólo en ti, en que Tú y sólo Tú puedes y quieres darme la plenitud que tanto anhelo.

En segundo lugar, me pones los ejemplos de la torre y el rey que va contra su enemigo. Me dices: “¿Quién de ustedes no calcula los gastos al construir una torre?”… No puedo evitar pensar en ese salmo: “Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los constructores…”.

Muchas veces centro mi seguridad en mis planes, poniendo mi confianza en mis cálculos más que en ti, tal como hicieron los de la torre de Babel.

Continúas diciéndome: “¿Y qué rey no calcula antes de salir a la batalla?”. No puedo evitar pensar en David o en Gedeón. Ninguno de los dos luchaba después de calcular. A ojos humanos, parecía una locura lo que estaban haciendo… pero confiaron en ti y Tú les diste la victoria cuando todo parecía perdido. Ellos no calcularon, sólo confiaron.

Lo mismo me pides ahora. Quieres que confíe en ti y no anteponga nada a tu amor. Dame la gracia de saber confiar en ti.

«Si dentro de nosotros está esta imagen equivocada de Dios, entonces nuestra vida no podrá ser fecunda, porque viviremos en el miedo y este no nos conducirá a nada constructivo; de hecho, el miedo nos paraliza, nos autodestruye. Estamos llamados a reflexionar para descubrir cuál es verdaderamente nuestra idea de Dios».
(Homilía de S.S. Francisco, 19 de noviembre de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy buscaré poner mi confianza en Jesús y no anteponer nada a su amor.

Despedida

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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