Viernes 23 de julio de 2020 – Ver y oír para amar.

H. Edgar Maldonado, L.C.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, quiero escucharte. Habla, te escucho.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 13, 10-17
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús sus discípulos y le preguntaron: “¿Por qué les hablas en parábolas?” Él les respondió: “A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los cielos; pero a ellos no. Al que tiene se le dará más y nadará en la abundancia; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden.

En ellos se cumple aquella profecía de Isaías que dice: Ustedes oirán una y otra vez y no entenderán; miraran y volverán a mirar, pero no verán; porque este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y ha tapado sus oídos, con el fin de no ver con los ojos ni oír con los oídos, ni comprender con el corazón. Porque no quieren convertirse ni que yo los salve.

Pero, dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen. Yo les aseguro que muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Es en la oración en donde encontramos el mejor lugar para acercarnos a Jesús. Prestemos atención en que debemos acercarnos como lo que somos, discípulos. Seamos como el discípulo amado, recostémonos en el pecho del Señor y, en intimidad con Él, preguntemos: ‘Por qué me hablas en parábolas, es decir, en ocasiones no logró entenderte cuando me hablas.’ Después de expresarle nuestras dudas e inquietudes, demos lugar al silencio. Miremos al crucificado, contemplemos sus llagas y ese corazón traspasado por nuestros pecados. Un corazón que arde de amor por nosotros y no hace más que recibir ingratitudes y desprecios por parte de los hombres. Acabada la contemplación, escucha su respuesta: A ti se te ha dado a conocer los misterios del Reino, tú, querida alma piadosa, eres dichosa, pues tus ojos ven y tus oídos oyen lo que muchos quisieran ver y oír: un Dios que muere por amor a ti. Recuerda que todo el que me ve, ve al Padre; todo el que me oye, oye al Padre. En pocas palabras, tú ves y oyes lo que muchos quieren ver y oír: un Padre que te ama. 

«Para hablar a esta alma que es profunda, para hablar a la Latinoamérica profunda, a la Iglesia no le queda otro camino que aprender continuamente de Jesús. Dice el Evangelio que hablaba sólo en parábolas. Imágenes que involucran y hacen partícipes, que transforman a los oyentes de su Palabra en personajes de sus divinos relatos. El santo Pueblo fiel de Dios en América Latina no comprende otro lenguaje sobre Él. Estamos invitados a salir en misión no con conceptos fríos que se contentan con lo posible, sino con imágenes que continuamente multiplican y despliegan sus fuerzas en el corazón del hombre, transformándolo en grano sembrado en tierra buena, en levadura que incrementa su capacidad de hacer pan de la masa, en semilla que esconde la potencia del árbol fecundo.»
(Discurso de S.S. Francisco, 7 de septiembre de 2017).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Gracias por tus palabras, ahora sí que hablas claro. Dame vida para dedicarme a responder, en la medida de mis fuerzas, a aquella petición de tu dulcísimo y amabilísimo corazón: al menos tú ámame. Sí, eso busco, amarte sobre todas las cosas y en todas las cosas. Dame vida para amarte para que amándote pueda vivir.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
En un momento del día, diré a Jesús que lo quiero.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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